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Justificar la violencia

Una columna de opinión de Carlos Alberto Roble



Una sociedad manipulada por la utilización de la posverdad se constituye en un conjunto de personas adormecidas en su sentido crítico real y reaccionarias contra las minorías.

Un informe presentado este 6 de septiembre por la DAIA sobre antisemitismo en la Argentina en base a denuncias recibidas durante 2017 afirma un considerable aumento de un 14 por ciento respecto del año anterior. Esto no es un hecho fortuito ni aislado, sino fruto de una constante manipulación de la sociedad a través de la comunicación que enerva todos los odios y profundiza la grietas.

Inclusive, la directora del Centro de Estudios Sociales, Marisa Braylan, cerró el panel de los informes señalando que "lo increíble del antisemitismo es que, a pesar de que vivimos en la posmodernidad, tiene la capacidad de perdurar", remarcando que "el gran desafío está, primero, en no ser indiferente en desnaturalizar este tipo de prácticas".

Es categórica al afirmar que "esta indiferencia es la que -a lo largo de la humanidad- ha logrado las historias más trágicas que hemos vivido, no solamente el Holocausto, sino todos los procesos que han encontrado en un líder carismático la solución de todos los problemas".

En la Argentina en estos últimos años se ha invertido la fórmula básica del estado de derecho que ahora dice que cuanto más débil es una persona o un sector social, más irrazonable es que confíe en la ley y en los tribunales.

Uno de los ejemplos más contundentes fue encarcelación y la naturalización de la detención del dirigente social cercano al Papa Francisco, Juan Grabois, aunque mucho más grave aún fue la orientación que los principales medios de comunicación le dieron al tema, dentro de una creciente violencia antisemita, métodos de fomento de la violencia hacia las minorías y plagadas de estigmatizaciones sociales.

Esta perspectiva milenarista -que se pretende instalar en nuestra sociedad con un esquema general de análisis de la realidad- sin lugar a dudas funciona como una contrautopía que anula el futuro por saturación infundiendo a la sociedad la idea de una peste, que amenaza a todos y a cada uno de nosotros para provocar en los individuos tal o cual conducta social.

De esta manera, un día despertaremos naturalizando todo acto de violencia; es más, justificándolo por la idea de la peste, naturalizaremos toda pérdida de derechos o garantías, hasta que un día nos toque a nosotros ser víctimas de un sistema que sólo ignorábamos o subestimábamos porque le tocaba a otros y no a nosotros mismos.

El Estado autoritario se construye todos los días con pequeños actos que parecen insignificantes y se van justificando de a poco, y lamentablemente casi sin darnos cuenta un día dejamos de luchar y protestar instalándose en el imaginario social que la violencia hacia los grupos minoritarios está justificada por sus propias culpas. 


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