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CRONICAS DE BARRIOS: Bº 7 de Mayo, las historias que lo construyen



En el 7 de Mayo, no hay grandes comercios ni grandes casas, pero hay módulos que se hicieron vivienda, y viviendas que fueron ampliadas. Hay gallinas en los patios, tejidos entre vecino y vecino; hay árboles, a falta de ténder, de los que cuelgan las ropas recién lavadas; hay puentes inestables hechos de maderitas traídas del monte del fondo para cruzar la zanja que divide a la vereda de la calle. Las calles son de tierra, aunque algunas están bien arregladas. No hay escuelas, no hay plaza, pero hay un centro de salud que atiende a más de cuatro mil personas, una capilla y una pequeña cancha. No hay sistema cloacal y hay cuadras muy oscuras de noche, pero hay vecinos que colocan reflectores, y "por suerte, ya no es tan inseguro como antes".

En el 7 de Mayo hay caballos lastimados dando vueltas; hay carreros que, cuentan, usan a los caballos así, porque "no les queda otra", "porque tienen que trabajar, porque si no, no comen". El trabajo, el intento de, la búsqueda ante la falta, y la tranquilidad de que se hace o se deja de hacer algo para un fin: el alimento, es un factor común en el barrio; y se replica de forma particular según la historia de cada vecino, de cada zona. Aquí, los ejemplos.

Andrés

En una de las entradas al barrio, sobre la avenida de Los Constituyentes hay un minimercado de frutihortícola. Si bien funciona sólo cada fin de semana, de lunes a viernes, está Andrés. Ahí nomás, debajo el tinglado, en una "casita" hecha de toldos y una camita bien camuflada. Según dijo, cuando no trabaja en alguna construcción, está ahí, porque ahí vive, porque cuida.

"Mi cuñado me trajo acá, para que cuide. Acá tengo mi camita, para enchufar mi celular, acá tomo unos mates, luego me voy a comer por ahí, y acá no más estoy siempre. Porque si no, roban todo. Yo cuido acá, pero nadie me paga. Trabajo en la construcción cuando hay trabajo, si no estoy acá", comentó Andrés, mientras cuidaba la moto de uno de los carreros que "salió con su caballo a juntar los residuos del otro lado de la Constituyente".

De Gloria a Griselda

En el barrio hay vecinos más nuevos que otros, pero todos se conocen entre ellos. "De los más viejos -contará Gloria- quedan pocos, porque la mayoría fue vendiendo; se fueron yendo". Los primeros vecinos son los que viven en las viviendas del IPV; el resto se instaló hace cuatro años o menos, en módulos habitacionales. Este es el caso de Griselda y Oscar: "Vinimos de El Porvenir, antes estábamos en el Fachini, pero en el 2014 salimos, antes de que el agua nos lleve. Perdimos algunas cosas con la inundación, pero nos fuimos a tiempo. Cuando sortearon los módulos nos tocó esta esquina, y desde el 2014 que estamos", comentaron. 

Oscar y Griselda viven en la Manzana "J", en un módulo que hoy es una casa. "Ampliamos, le hicimos toda la esquina y la pintamos", comentan. Están sentados en la vereda, rodeados de niñas y niños. Hace poco, Oscar renunció a su trabajo: "Laburaba de sereno de lunes a lunes sin descanso en una estación de servicio. Pero me pagaban demasiado poco y me fui", explica. Oscar abandonó 400 pesos por día, para dedicarse a la herrería. Hace portones y basureros. Trabaja en su casa. Griselda cuenta que lleva a los niños a la escuela del barrio Virgen del Luján, habla de la seguridad de la zona y de la oscuridad de la cuadra, pero a la pregunta, sobre cómo viven, cuenta la experiencia de su pareja: "El hace herrería y parcha motos, vendía golosinas también, pero ya no, no se vende".

"Compro focos, dulces, a mayoristas y también a los que traen del otro lado, y revendo. Pero suspendí un tiempo hasta que se normalice la cosa. Los precios subían por hora, y no te creen, no quieren comprarte nada, entonces dejé porque salía perdiendo yo. Ahora, con los trabajos en hierro, la diferencia es que me pagan en cuotas, pero sale igual".

Mientras se construían las casas donde hoy viven Griselda, Oscar y tantos más, Gloria, una de las primeras en el barrio, pudo juntar plata y ampliar la suya. "Cocinaba para los obreros y les vendía. Gracias a eso me pude hacer la galería", cuenta con picardía.

Gloria vive en la Manzana 1 hace 19 años. Llegó al barrio cuando estaba embarazada de su tercer hijo, con dos niñas de la mano. "Primero fui a vivir con mi hermana, justo estaban entregando las viviendas en el barrio. Yo no podía pagar un alquiler, madre soltera, me metí no más a una. Los policías me querían sacar, esa vivienda tenía dueño; pero después vinieron los del IPV y me entregaron ésta. Aquí sigo. Hoy ya no debo nada, ya pague todas las cuotas, ya es mía", contó. Cuando llegó, su casa era la última. Estaba rodeada del monte, "hasta había búfalos caminando por alrededor", comentó. Ahora se admira por cómo está el barrio, porque "gracias a que creció, yo pude crecer también".

Dos historias, entre cacharros y ladrillos

Todas las calles del barrio terminan en terrenos fiscales. Pero hacia el final de la primera calle de ingreso, hay dos escenarios particulares: una ladrillería y un centro de acopio de basura.

Ángel Vicente

Ángel Vicente no es del barrio, pero es como si lo fuera, porque allí, en el medio del monte, pasa la mayor parte del tiempo, separando la basura: "Estoy haciendo un ranchito para acopiar vidrio por un lado, cacharro por el otro, maderas, huesos, plásticos, hierro. Hace un año que estoy acá. Yo limpio las verdulerías, los talleres de motos, hago así una changa para el día, y lo que me sirve para acopiar, traigo. De acá vienen a buscar", explicó. 

"No tengo empleo, con esto saco tres mil o cuatro mil, al mes. Mientras más rápido junto, más rápido vienen. Al menos debo tener tres toneladas de cada cosa, para que vengan a buscar", agregó. Ángel hacía ese trabajo en un baldío, al lado de su casa, pero sus vecinos lo denunciaron y tuvo que pagar una multa a la Municipalidad. Ahora encontró este terreno "lejos de todo" y se metió. Sabe que es una propiedad fiscal, pero dice "otra no tiene": "Tengo familia. Ella tiene una pensión no contributiva, pero eso no alcanza. Yo no tengo empleo. Con el carro y el caballo hago una changa y me hago una moneda para el día. Por eso hago esto, de paso limpio la ciudad y reciclo. Hasta ahora no pasó nada. Vamos a ver qué pasa", explicó con toda la tranquilidad del mundo. 

Benito

Benito es paraguayo. Llegó en el 70 y fue directo al Lote 4. Allí, buscando trabajo, se metió en una ladrillería. "Primero era el que juntaba la tierra, luego fui haciendo más cosas. Estuve mucho tiempo y ahí aprendí. Me hice profesional y me independicé". Así resume la historia de cómo llegó al fondo del 7 de Mayo. 

Benito vive en un ranchito hecho de toldos, chapas y otros elementos. El terreno lo alquila a un señor, dice. Antes tenía chanchos y ahora está formando, de a poco, su huerta. 

Benito habla calmo y cuenta con detalles el paso a paso de la elaboración del ladrillo, mientras tres niños -Lauti, Manu y Armando- lo miran con atención. "Son niños del barrio -dice-, que se hallan conmigo. Vienen, me ayudan en los trabajos, lavan el caballo, y yo les voy enseñando. Siempre que tengo un pan, les convido. Después, cuando se van a la tarde, se llevan su cuarenta o cincuenta pesitos", contó sonriendo. Benito vive al lado de donde hace ladrillos, a pasos del campo que agarró Ángel para juntar basura. No tiene luz de noche, más que el de la linterna. De la ladrillería, saca sólo algo para comer en el día, pero la respeta y la quiere tanto como a los niños que enseña. 


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