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LA DIABLADA, Jujuy en lenguaje fotográfico contemporáneo

La muestra es el resultado de un largo proceso de selección, reflexión y elaboración a partir de las vivencias e imágenes obtenidas durante una secuencia de viajes que la artista realizó a Jujuy en época de carnaval.



Cincuenta y seis obras permanecen suspendidas en la Plaza del Centro del CCK, con innovadora puesta y música original de Gaby Goldman. Los dorsos de las imágenes estan cubiertos por afiches con reflexiones y viñetas referentes a la cosmovisión andina que da sentido de la celebración.

El objetivo de la artista es recuperar algo del espíritu ancestral de La Diablada, y generar interés por las ricas tradiciones y la intensa realidad cotidiana que están detrás de lo que se expone.

En 2017, Gaby Herbstein realizó varios viajes a la provincia de Jujuy. Visitó ciudades y pueblos para experimentar y registrar la ceremonia tradicional de La Diablada. Allí, en una de las regiones más cautivantes de nuestro territorio, poblaciones enteras pasan el año preparándose para un acontecimiento único, surgido de la resignificación andina de tradiciones hispánicas como el carnaval y los autos sacramentales.

Todavía hoy, los pobladores de la Quebrada pasan meses y meses confeccionando con sus propias manos trajes increíblemente bellos y complejos. Atuendos artesanales tan cargados de pasión y simbolismo que, al llegar La Diablada, les permiten encarnar y canalizar esas fuerzas que el personaje del Diablo invoca: fuerzas a la vez temibles y liberadoras. En Jujuy, como en muchas otras áreas de la región andina, estas ceremonias poseen una estética elaborada, que combina motivos propios y foráneos, antiguos y modernos, sagrados y profanos en el sincretismo de sus danzas, trajes, accesorios y procesiones.
No queriendo ser meros espectadores de imágenes prefabricadas, los miembros de las comunidades locales se involucran intensamente en la producción de todos y cada uno de los elementos relacionados con los rituales que llevan a cabo. En sus viajes, Gaby Herbstein se propuso captar fotográficamente el despliegue de esa poética singular.

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Según la cosmovisión andina, la Naturaleza, el Hombre, y la Pachamama (Madre Tierra) viven en perpetua relación. Esa totalidad es, para la cultura andina, un solo ser vivo.

El Hombre es un alma y tiene una fuerza vital que está presente en las plantas, los animales, las montañas y en todas las corrientes de vida. Siendo que el hombre es la naturaleza misma no la domina ni pretende dominarla. Solo convive y existe como un momento en ella.

La Diablada no es una comparsa, es mucho más que eso.

Sus objetivos tienen que ver con mantener viva la tradición que se realiza desde hace varias generaciones en la localidad quebradeña y con rescatar todo lo que hace a la cultura del disfraz del diablito.

Los disfraces se inspiran en la iconografía andina y en la que nos contaban nuestros abuelos sobre el personaje mítico del diablo. Gatos, lobos, la serpiente, así como las visiones sueños e historias pasadas y presentes, todo en lo andino, tiene un significado místico.

Todo se mezcla en las diabladas, todo vale a la hora de crear el traje que cada uno de los diablos va a lucir durante los ocho días y nueve noches en los que transcurre el carnaval.

Diablo no es un disfraz, es un sentimiento. Ser diablo es un portal para desprenderé de los aspectos negativos que se reprimieron durante todo el año.

Ser parte de La Diablada es algo que se hereda de generación en generación, lo mismo que el sentido profundo de ser uno con el traje. Cada año el traje se renueva, así como también se renueva la promesa a la Pachamama y el agradecimiento por los tesoros recibidos.

El diablo invierte hasta sus últimos ahorros para la confección de su traje, así como también se brinda el mismo. Horas y horas cosiendo en soledad dando vida a lo que será el personaje que lo liberara, por un tiempo, de preocupaciones, y le brindará la oportunidad de ser feliz y hacer felices a los otros.

La revalorización de las culturas originarias y la reafirmación étnica, tal como se manifiestan actualmente entre los pueblos andinos, sin una consecuencia de la toma de conciencia de miles de hombre y mujeres, que redescubrieron los tesoros que nos dejaron nuestros ancestros.

Gaby Herbstein

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Cada año, en la provincia de Jujuy, en el extremo septentrional del territorio argentino, se celebra una festividad compleja, a veces conocida popularmente como La Diablada. Se trata de una hibridación sincrética, surgida en los tiempos de la colonia española, de la arcaica ceremonia andina que en lengua Aymara se denomina "Llama Llama". Allí, cada año, un ejército de demonios danzantes restaura, aunque sea parcialmente, el tiempo de sacrificio que todavía subsiste bajo el tiempo de rendimiento impuesto por la colonización.

Todo sacrificio consiste en un descenso adonde no hay luz.

Los diablos que los jujeños de hoy encarnan para sumergirse en su propia residualidad y asimilar así lo negativo, tienen sus raíces en Anchanchu, el terrible señor de las profundidades en la cosmología Aymara, y en Tiw, la deidad del inframundo entre los Uru. Pero a diferencia de sus contrapartes del viejo mundo, estos demonios no son objeto de repudio entre los nativos de los Andes. Son considerados fuerzas avasalladoras, si, pero no necesariamente adversas.

La combinación apropiada de sacrificios, fetiches, disfraces y rituales es considerada capaz de canalizar el poder de los demonios de un modo que acabe beneficiando a los involucraos en las ceremonias de invocación. Esa inmersión ritual en las tinieblas tal vez esté motivada por la suposición de que en el fondo tiene que haber una afirmación que no puede lograrse por otros medios. Para los que no participamos del rito, es difícil saberlo.

La fotógrafa, Gaby Herbstein, se ha propuesto indagarlo.

Pero su indagación no es una indagación de reflexiones y palabras, importaciones ambas que no podrían sino distorsionar el sentido de La Diablada. La indagación de Gaby Herbstein es una indagación artística, que procede por imágenes: Imágenes de la celebración y de sus escenarios y protagonistas, pero también de los extraordinarios trajes, máscaras y fetiches cuya esmerada elaboración forma parte asimismo del misterioso sacrificio.

Con todas esas imágenes, tal vez se pueda recomponer una, la imagen específica pero secreta del espíritu ancestral que anima, año tras año, La Diablada.

Florencio Noceti, curador de la muestra.



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